Prosperidad va más allá de cifras de producción: implica empleo digno y equilibrio social, sistemas de salud robustos y estabilidad política. Este artículo explora en qué motores conviene invertir estratégicamente para fomentar un crecimiento duradero y brindar bienestar compartido.
Concepto de prosperidad y relación con el crecimiento
La prosperidad económica se refleja en una baja tasa de desempleo y desigualdad, garantizando que la mayoría de la población perciba una vida plena. A su vez, una percepción positiva del presente y el futuro impulsa el consumo y la producción, incrementando la renta nacional.
Según la RAE, la prosperidad es un “curso favorable de las cosas, éxito en lo que se emprende”. Desde una visión de bienestar amplio, las naciones prósperas combinan un elevado PIB con ciudadanos felices, sanos y libres.
La clave no es solo crecer, sino hacerlo de manera inclusiva. La pregunta central es: ¿en qué áreas debemos destinar recursos con mayor impacto para activar y sostener estos motores?
Motores próximos del crecimiento: innovación y capital físico
Dos factores han sido tradicionalmente los impulsores inmediatos de la expansión: la innovación tecnológica y la acumulación de capital físico. Ambos permiten ampliar las fronteras productivas de una economía y satisfacer con más eficiencia las necesidades materiales.
El Índice Global de Innovación (GII) mide cómo la innovación favorece la prosperidad. Su subíndice de entrada de la innovación identifica cinco componentes clave:
- Entorno político, normativo y empresarial (Instituciones).
- Educación y I+D de alta calidad (Capital humano y de investigación).
- Infraestructura robusta y sostenible (Infraestructura).
- Acceso a crédito e inversión internacional (Sofisticación del mercado).
- Colaboración y redes de conocimiento (Sofisticación empresarial).
Invertir en estos ámbitos no solo mejora la capacidad de innovar, sino que atrae recursos privados y públicos que retroalimentan el ciclo virtuoso.
Por otro lado, la acumulación de capital físico —máquinas, infraestructuras, tecnología dura— sigue siendo esencial. Carreteras, redes eléctricas y redes de telecomunicaciones bien diseñadas elevan la productividad y facilitan la distribución de bienes y servicios.
Motores fundamentales: instituciones y marco político-económico
Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson sostienen que las instituciones políticas sólidas son la causa primordial del crecimiento de largo plazo. Cuando se protegen los derechos de propiedad y se fomenta la competencia, se crea un entorno que incentiva la inversión y la innovación.
Invertir en instituciones significa fortalecer el estado de derecho, la seguridad jurídica y la transparencia para reducir la corrupción. Un sistema político estable y abierto refuerza la confianza de empresarios y ciudadanos.
En paralelo, la competencia es el motor más potente para mejorar la productividad. Para ello, es necesario implementar reformas que flexibilicen mercados laborales, de capital y de innovación, así como mantener un entorno macroeconómico sano con inflación moderada y finanzas públicas equilibradas.
Las políticas proactivas de competencia y un sistema fiscal competitivo y moderno permiten que los recursos fluyan hacia los sectores con mayor potencial de crecimiento.
Capital humano: el motor esencial y más rentable
El capital humano, entendido como el conjunto de conocimientos y habilidades de la población, es la inversión más rentable de todas. Estudios muestran que mejorar en una desviación estándar en pruebas como PISA se traduce en dos puntos porcentuales más de crecimiento anual del PIB per cápita.
Entre 1960 y 2015, Corea del Sur pasó de tener un un 6 % por debajo de la media OCDE en capital humano a estar un 8,5 % por encima de esa media. Este esfuerzo educativo sostiene uno de los milagros de convergencia más destacados de la historia reciente.
El capital humano genera externalidades positivas: fomenta la acumulación de capital físico, acelera la difusión tecnológica y fortalece la competitividad. Su impacto es causal, no solo correlativo: mejorar la educación impulsa directamente la productividad.
La combinación de estos motores, actuando en sinergia, crea un ecosistema donde la innovación florece, la productividad aumenta y la sociedad se beneficia en su conjunto.
Invertir en crecimiento significa planificar a largo plazo, equilibrando el apoyo a la innovación y a la infraestructura, fortaleciendo instituciones y cultivando el talento de las personas. De esta forma, podremos alcanzar una prosperidad sostenible y compartida.